Pedidos Ya de la clase laburante.
Lo único que importa en este momento es que se le hable a la clase media laburante. El gran problema de la política es que la construcción del imaginario colectivo de lo que percibe como clases sociales ha quedado viejo y ya no tiene correlato en la realidad. Por ejemplo, un pensamiento “cómodo” que suele tener la política social, es el que da por sentado que los pobres estructurales son los únicos vulnerables a la exclusión. Sin embargo, los cambios en la economía, la volatilidad laboral y la situación habitacional de inquilinato crónico de los laburantes golpeados por la inflación, los ponen en tensión constante pese que podrían tener todo para ser de clase media.
Trabajadores de todo tipo, feriantes, gran parte de los emprendedores rappi, empleados de la gastronomía, algunas mujeres que limpian por hora, asistentes de geriátrico y hasta empleados registrados pero con sueldos debajo de la línea de pobreza. Todos pendiendo de un hilo, aferrados a lo que sea que les dé un ingreso que les permita alquilar, comer y vestirse, en ese orden de importancia. Una biosupervivencia que por momentos se da gustos de clase media porque igual no puede ahorrar ni llegar a fin de mes. Pero no nos perdamos en las características. El mayor problema de este sector es el escaso capital de garantías que permitan una vida con menor impacto de los vaivenes de la economía argentina. Sectores que no pueden acceder a aquellas cosas que implican un salto de clase, a los que el sueldo se les va en lo básico y en menos también. Gente que agarra laburos extra y hace esfuerzos extraordinarios pero no para llegar a algo groso sino para acceder a bienes elementales. ¿Qué seguridad de sostén económico tienen los empobrecidos, esos que no son de una villa, que fueron a una escuela en la que no se acentuaba la necesidad por sobre otras cosas y que no tienen esa acumulación de estigmas de la marginalidad? ¿Puede un tipo que trabaja en negro darse el lujo de enfermarse? ¿Qué sociedad tenemos si nuestros trabajadores están a un accidente (sin ART) de caer rodando cuatro clases sociales? ¿Por qué no tienen glamour los empobrecidos laburantes? ¿Acaso su pobreza no vale?
Si nos fijamos en estos millones de argentinos del rebusque, estos en los que no se fija la política ni las iglesias, veremos que no son los que están en peores términos estructurales (es gente con agua potable, sin hijos o con uno o dos, en barrios no marginados, con transporte, servicios y hasta con estudios completos) pero pueden estar en las peores condiciones de intercambio social, trabajos en negro, explotados y sin acceso a ningún tipo de política estatal. El debilitamiento de los lazos sociales y hasta familiares lleva a que los conocidos que están mejor se desvinculen, o no lleguen a tener la solidez necesaria para ayudar a sus conocidos en desventaja, y los únicos contactos que les van quedando son los que están en la misma.
Estos compatriotas tienen tanta cara de clase media que nadie ve que la línea que los separa de la marginalidad es cada vez más imaginaria. Ni siquiera se les acercan los grandes vicios de la política en los últimos años: el de “acompañar” (sin aclarar a dónde) en lugar de solucionar y el de sentir que hay “estado presente” sin importar si esa presencia transforma o simplemente atestigua las necesidades.
La inestabilidad es la única variable fija en la vida de esos trabajadores hoy. Y están tan ocupados teniendo 3 laburos que no salen a romper nada. Una política que no entiende a ese sector no puede prometerles ningún concepto abstracto: tiene que decir concretamente cómo hará que la vida sea un poco más vivible. Las bases podemos y debemos hablar del que te dije y la libertad como máscara de la nada, pero la dirigencia tiene la obligación de decir qué va a hacer para que trabajar ocho horas alcance para vivir bien, que no se te devalúe el sueldo en la mano y qué hará con los que te roban lo poco que tenés a la vuelta de tu casa.
Mayra Arena
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